“Se cuenta de una persona muy amiga de las almas del Purgatorio había consagrado toda su vida a sufragar por ellas.
Habiendo llegado la hora de su muerte, fue asaltada con furor por el demonio que la veía a punto de escapársele. Parecía que el abismo entero, confederado contra ella, la rodease con sus cohortes infernales.
La moribunda luchaba desde hacía tiempo entre los esfuerzos mas penosos, cuando todo de un golpe vio entrar en su casa una multitud de personajes desconocidos, pero resplandecientes de belleza, que pusieron en fuga al demonio y acercándose a su lecho, le dirigieron palabras de aliento y de consolación totalmente celestiales. Emitiendo entonces un profundo suspiro y llena de alegría gritó: ¿Quiénes son ustedes? ¿Quiénes son los que me hacen tanto bien?
Aquellos buenos visitantes respondieron:
- “Nosotros somos los habitantes del Cielo que tu ayuda ha encaminado a la felicidad y como reconocimiento, venimos a ayudarte para que cruces el umbral de la eternidad y te libres de este lugar de angustia y te introduzcas en la alegría de la Ciudad Santa”.
Con estas palabras una sonrisa iluminó el rostro de la moribunda. Sus ojos se cerraron y ella se durmió en al paz del señor. Su alma, pura como una paloma, presentándose al Señor de los Señores, encontró tantos protectores y abogados entre las almas que ella había liberado y reconocida digna de la gloria, entró allí triunfalmente, en medio de aplausos y las bendiciones de quienes había liberado del Purgatorio.
¡Ojalá también nosotros, un día, podamos tener la misma dicha! Entonces hay que decir que las almas, sí, las almas liberadas por nuestra plegaria, son sumamente agradecidas. Les aconsejo pues que hagan la experiencia, las almas nos ayudan, conocen nuestras necesidades y nos obtienen muchas gracias”.